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CRÓNICA DE UN DESALOJO
Así empezó todo: dos activistas de la PAH entran a las 10h en la sucursal del Banco Popular de las Ramblas de Barcelona haciéndose pasar por un padre y un hijo que vienen a informarse sobre planes de pensiones para el padre.
Mientras el oficinista de turno les suelta el rollo, el supuesto hijo se comunica por whatsup con el grupo de activistas que está fuera, al acecho. En un momento dado el supuesto padre, muy metido en su papel, le espeta al hijo-enganchado-al-móvil: “Nene, atiende que yo no me entero de nada”. A su lado oyen dos voces conocidas: otros dos compañeros, haciéndose pasar por marido y mujer, se “informan” sobre qué hay que hacer para abrir una cuenta.
Los que seguimos la operación desde fuera esperamos la señal. Tensión. Nervios. Por fin el esperado “al abordaje” y empieza la acción. Todo es muy rápido. Uno de los “infiltrados” sujeta la puerta, y más de 100 personas invadimos la sucursal al grito de Sí se Puede! sin que el segurata tenga tiempo a reaccionar.
Una vez dentro, la dinámica de siempre: cánticos, bocinazos, pegatinas, euforia colectiva y emoción. Esta vez, sin embargo, no es una acción al uso. La intención es quedarse y no moverse hasta salir con la Dación de nuestro compañero José Antonio pactada y firmada. Llevamos provisiones y hasta sacos de dormir, a pesar de que estamos en plena ola de calor. Pero una acampada es una acampada y que nada falte.
Éste es un pulso que mantenemos con la entidad desde hace ya demasiado tiempo, y nadie en La PAH tiene la más mínima intención de rendirse. De repente, una sorpresa: los activistas llevamos disfraces de curas, monjas, monaguillos y hasta de un obispo para denunciar la estrecha relación entre el Banco Popular y el Opus Dei, hipócrita organización que predica la caridad cristiana explotando al prójimo.
En el streaming que recoge esos primeros momentos una cosa divertida: cuando entramos, un obispo de verdad sale disparado al ver la marea verde que se avecina.
Nuestro protagonista, José Antonio, tiene el honor de oficiar de falso obispo, y de esa guisa atiende a los medios e informa en la puerta del banco a los turistas que se paran y preguntan con curiosidad What is happening here. José Antonio les contesta con toda tranquilidad que This bank “rob” the people.
La cosa pinta que va pá largo y la gente se acomoda. Se abre la negociación, que durará horas y horas para todos: para los de dentro, horas de intenso toma y daca que se curran con el sudor de sus frentes, para los de fuera, horas de espera que nos curramos con el sudor de… todas partes.
En el despacho de dirección se viven momentos de tensión: los del banco se pasan la patata caliente unos a otros. Nadie quiere asumir la responsabilidad. Llamadas a Madrid, directores que tienen que consultar con sus superiores y con los superiores de sus superiores, largas y más largas. Pasado el medio día se atisba cierta esperanza. Llegan negociadores encorbatados con la actitud de “vamos a desatascar la cosa”.
Y nos lo creemos. En un confuso momento José Antonio pasa de celebrar la Ya-Casi-Dación (que, no lo olvidemos, significa volver a tener un futuro, una vida) a encajar la noticia de que la negociación se rompe y los banqueros abandonan el barco, dejando en su huida una denuncia puesta que ya hace prever un casi seguro desalojo.
Nos sentimos engañadas y engañados. Sólo querían ganar tiempo y nos han tomado el pelo… pero no saben con quién están tratando. De aquí no nos vamos hasta que nos echen. El famoso dicho de “Con la Iglesia hemos topado” tiene, desde ayer, una versión nueva: “Con La PAH han topao La Iglesia y el Banco Popular”.
Ya sólo queda esperar a que la denuncia llegue a los mossos, que los mossos pidan orden al juez de turno (cosa que no tienen por qué hacer, pero malditas las ganas que tienen los mossos de desalojar a la PAH en pleno centro de Bercelona) y que el juez se lo ordene por escrito.
Son horas de tensión en las que se pide apoyo por las redes, se convoca prensa y, algunos, hasta juegan al dominó como si no hubiera nervios porque, aunque los haya, estamos convencidas, tranquilas y contentas de hacer lo que hacemos.
Adriá intenta a la desesperada una última negociación por teléfono con un jefazo de Madrid, pero la cosa acaba a gritos. Anécdota divertida: los dos pobres seguratas que aguantan estoicos la invasión de pie y desde primera hora de la mañana, comentan el uno al otro: “A alguien así necesitaríamos nosotros para negociar nuestro convenio”.
A las once de la noche empieza la fiesta. Antes, recibimos instrucciones de cómo se hace la resistencia pasiva. Para muchos es la primera vez, y todavía no sabemos si eso de dejar el peso muerto y hacernos “las cebollas” será fácil o difícil.
Cuando llegan los mossos (muchos, muchos, y disfrazados de esa forma robocópica que tanto intimida), nos encuentran sentados, cogidos los unos a los otros, cantando La Estaca a voz en grito y levantando las manos con el ya clásico “éstas son nuestras armas”.
Intentan negociar que nos retiremos pacífica y voluntariamente. Les decimos que pacíficamente sí, pero voluntaria ni hablar, que tendrán que sacarnos. También les decimos que estamos haciendo desobediencia civil, y que ellos también podrían hacerla. Aunque se nota su incomodidad, aunque sus neuronas estén intentando encajar esa remota posibilidad, evidentemente, ni caso. Ellos cumplen órdenes, no sea que les echen y no puedan pagar sus hipotecas y tengan que pedir la dación en pago por la que nosotros estamos luchando. Por las nuestras y por las suyas.
Empiezan a arrancarnos del suelo uno a uno. Los demás animamos, cantamos, aplaudimos y gritamos cuando nos parece que la fuerza para sacarnos se les descontrola. Entre nosotras hay abuelas valientes y gente a la que acaban de desahuciar de sus casas. Cuando conoces sus historias, ver cómo resisten y se apoyan unos a otros pone la piel de gallina.
Nos identifican y nos escoltan uno a uno hasta la calle, donde el grupo, cada vez más numeroso, aplaude y vitorea cada salida.
Ha venido gente de otras PAHs a apoyarnos, porque la PAH es enorme y solidaria, una familia unida. Hay gente también de otros colectivos amigos, la Rambla está cortada, los que pasan, se quedan y se unen a nuestros cánticos, y los coches hacen sonar sus bocinas en señal de apoyo.
Una vez acabado el desalojo, nos sentimos más fuertes y más unidas que nunca. Para todas hay dos cosas que flotan en el aire y que, aunque las sabemos, son hoy más evidentes y doblemente emocionantes: que somos ImPHArables y que SÍ SE PUEDE.
VIÑETA DE @elcaco46 PARA LA PAH